Para principios de 2016, Tesla Motors era el centro de atención de muchos de los acontecimientos de la industria automotriz. En esos momentos se encontraba produciendo el modelo S, un sedán de lujo 100% eléctrico y acaba de lanzar al mercado el Modelo X, un vehículo utilitario deportivo con tecnología de punta. En marzo de ese mismo año la compañía presentaría el esperado Modelo 3, un vehículo más económico con el que pretendía llegar a un mercado más masivo. Con apenas 12 años de existencia Tesla Motors había pasado de ser objeto de burlas y críticas por muchos expertos del sector a una compañía respetada y objeto de culto para muchos. No obstante, a pesar de los logros obtenidos y del hecho de haber sido el primer fabricante automotriz en hacerse público desde que lo hiciera Ford en 1956, aún existían serias dudas sobre si este pequeño fabricante californiano podría realmente replicar o incluso superar el trabajo hecho por los grandes fabricantes americanos, alemanes o japoneses. Con un modelo de negocios y una propuesta de valor distinta, Tesla intentaba cambiar al mundo produciendo vehículos eléctricos de igual o mayor desempeño que los de combustión interna. Sin embargo, no se podía negar que el costo del proyecto era alto y eso se manifestaba en las constantes pérdidas que la empresa reportaba a sus inversionistas.